Artículo del 1 de Marzo del 2009
La cultura de nuestro tiempo está decisivamente influida por los medios de comunicación, hasta el punto de que no pocos intelectuales califican nuestro tiempo como la era de las comunicaciones. El acento sobre la comunicación como componente esencial de la sociedad se entronca con facilidad con el anuncio del Evangelio. La entera misión de la Iglesia se concentra en el anuncio con hechos y palabras de la Buena Noticia de la salvación de Cristo. El ser humano es estructuralmente un ser abierto al Amor, al futuro, a la Esperanza.
Sin embargo, no son pocas las voces que muestran los aspectos críticos o negativos de la comunicación de masas, como la telebasura o la búsqueda de espectáculos morbosos que se logran vulnerando los derechos de las personas, pagando grandes sumas o regalos en una especie de subasta para la autodegradación personal, o difundiendo contenidos ilegales como la pornografía infantil.
El fomento de la superficialidad, el materialismo consumista, la evasión, la pasividad son otros de los aspectos con los que resulta fácil criticar a los medios de comunicación de masas. En no pocas ocasiones, los excesos llevan al error de otorgar una valoración negativa que resulta injusta con las grandes finalidades sociales, políticas y culturales que los medios desarrollan y que siempre pueden desarrollarse.
La vida social se compone de una multitud de decisiones personales que los medios pueden ayudar a difundir y a valorar. Para elegir el bien es necesario conocer las causas y las consecuencias de cada acción. Comunicar es mucho más que difundir una acumulación de hechos sin sentido. Hay actos que fomentan la participación y las virtudes humanas y hay actos de violencia que denigran al ser humano. El bien y el mal son criterios del orden moral que pueden advertirse tanto en quien actúa como en quien relata la actuación.
Los medios de comunicación son instrumentos de solidaridad muy potentes. La solidaridad es consecuencia de una información verdadera y justa, y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el respeto del prójimo. Esto no sucede si los medios de comunicación se ponen al servicio de la ambición. Con toda claridad hay que señalar que la decisión de ignorar algunos aspectos del sufrimiento humano ocasionado por graves injusticias supone una manipulación del espectador.
La Iglesia, consciente de la relevancia de la comunicación, hace un llamamiento a todos los cristianos y personas de buena voluntad a la solidaridad en el uso de los medios de comunicación. No podemos acentuar la brecha entre las personas "ricas" en información y las personas "pobres" en información, creada por estructuras y políticas de comunicación y distribución de la tecnología carentes de preocupación por el verdadero bien común universal y local. Negar o dificultar el acceso a la tecnología de la información acentúa las injusticias y desequilibrios.
Los deberes éticos con respecto a los medios abarcan tanto a las empresas de comunicación y sus operarios, como a los propios usuarios. Los padres, las familias y todos los cristianos tenemos responsabilidades irrenunciables en el discernimiento y el uso adecuado de ellos.
La edificación de una comunidad humana basada en la solidaridad, en la justicia y en el amor son finalidades asumidas por todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Resulta incongruente descartar a los medios de comunicación como medio útil y provechoso para contribuir a una sociedad mejor. El conocimiento y la comunicación no es un acto carente de consecuencias, sino que las personas, como seres dotados de inteligencia, actuamos en relación a esos conocimientos que hemos recibido.
La difusión de la verdad sobre la vida humana, la búsqueda de Dios y la trascendencia humana son hechos que tampoco pueden ser silenciados por los medios de comunicación. A la luz de la fe, la comunicación humana se debe considerar un recorrido desde Babel a Pentecostés, el compromiso personal y social de superar el colapso de la comunicación abriéndose al don de lenguas, a la comunicación restablecida con la fuerza del Espíritu por el Hijo.
El primer domingo de Cuaresma es una buena ocasión para revisar a fondo lo que nace de nuestro corazón, lo que comunicamos y lo que queremos comunicar a los demás. La metáfora de que cada palabra es una semilla, nos ilumina sobre los frutos que queremos cultivar en el mundo. La semilla del amor cristiano no ha cesado de dar frutos en 2.000 años de existencia y a cada uno de nosotros corresponde convertir nuestros corazones en fértil tierra donde pueda germinar.
Con mi bendición y afecto.
http://www.lasprovincias.es/valencia/20090228/costera/semilla-comunicacion-20090228.html
La cultura de nuestro tiempo está decisivamente influida por los medios de comunicación, hasta el punto de que no pocos intelectuales califican nuestro tiempo como la era de las comunicaciones. El acento sobre la comunicación como componente esencial de la sociedad se entronca con facilidad con el anuncio del Evangelio. La entera misión de la Iglesia se concentra en el anuncio con hechos y palabras de la Buena Noticia de la salvación de Cristo. El ser humano es estructuralmente un ser abierto al Amor, al futuro, a la Esperanza.
Sin embargo, no son pocas las voces que muestran los aspectos críticos o negativos de la comunicación de masas, como la telebasura o la búsqueda de espectáculos morbosos que se logran vulnerando los derechos de las personas, pagando grandes sumas o regalos en una especie de subasta para la autodegradación personal, o difundiendo contenidos ilegales como la pornografía infantil.
El fomento de la superficialidad, el materialismo consumista, la evasión, la pasividad son otros de los aspectos con los que resulta fácil criticar a los medios de comunicación de masas. En no pocas ocasiones, los excesos llevan al error de otorgar una valoración negativa que resulta injusta con las grandes finalidades sociales, políticas y culturales que los medios desarrollan y que siempre pueden desarrollarse.
La vida social se compone de una multitud de decisiones personales que los medios pueden ayudar a difundir y a valorar. Para elegir el bien es necesario conocer las causas y las consecuencias de cada acción. Comunicar es mucho más que difundir una acumulación de hechos sin sentido. Hay actos que fomentan la participación y las virtudes humanas y hay actos de violencia que denigran al ser humano. El bien y el mal son criterios del orden moral que pueden advertirse tanto en quien actúa como en quien relata la actuación.
Los medios de comunicación son instrumentos de solidaridad muy potentes. La solidaridad es consecuencia de una información verdadera y justa, y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el respeto del prójimo. Esto no sucede si los medios de comunicación se ponen al servicio de la ambición. Con toda claridad hay que señalar que la decisión de ignorar algunos aspectos del sufrimiento humano ocasionado por graves injusticias supone una manipulación del espectador.
La Iglesia, consciente de la relevancia de la comunicación, hace un llamamiento a todos los cristianos y personas de buena voluntad a la solidaridad en el uso de los medios de comunicación. No podemos acentuar la brecha entre las personas "ricas" en información y las personas "pobres" en información, creada por estructuras y políticas de comunicación y distribución de la tecnología carentes de preocupación por el verdadero bien común universal y local. Negar o dificultar el acceso a la tecnología de la información acentúa las injusticias y desequilibrios.
Los deberes éticos con respecto a los medios abarcan tanto a las empresas de comunicación y sus operarios, como a los propios usuarios. Los padres, las familias y todos los cristianos tenemos responsabilidades irrenunciables en el discernimiento y el uso adecuado de ellos.
La edificación de una comunidad humana basada en la solidaridad, en la justicia y en el amor son finalidades asumidas por todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Resulta incongruente descartar a los medios de comunicación como medio útil y provechoso para contribuir a una sociedad mejor. El conocimiento y la comunicación no es un acto carente de consecuencias, sino que las personas, como seres dotados de inteligencia, actuamos en relación a esos conocimientos que hemos recibido.
La difusión de la verdad sobre la vida humana, la búsqueda de Dios y la trascendencia humana son hechos que tampoco pueden ser silenciados por los medios de comunicación. A la luz de la fe, la comunicación humana se debe considerar un recorrido desde Babel a Pentecostés, el compromiso personal y social de superar el colapso de la comunicación abriéndose al don de lenguas, a la comunicación restablecida con la fuerza del Espíritu por el Hijo.
El primer domingo de Cuaresma es una buena ocasión para revisar a fondo lo que nace de nuestro corazón, lo que comunicamos y lo que queremos comunicar a los demás. La metáfora de que cada palabra es una semilla, nos ilumina sobre los frutos que queremos cultivar en el mundo. La semilla del amor cristiano no ha cesado de dar frutos en 2.000 años de existencia y a cada uno de nosotros corresponde convertir nuestros corazones en fértil tierra donde pueda germinar.
Con mi bendición y afecto.
http://www.lasprovincias.es/valencia/20090228/costera/semilla-comunicacion-20090228.html
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